13 de Abril, 2012.
El fin de semana pasado me encontré en
el aeropuerto de Bali con Gre, Rogelio y una Hermosa beba llamada Geno. Verlos
esperando mi llegada fue una caricia al alma. Cuando uno está lejos no hay como
el abrazo de los amigos.
Las expectativas eran demasiadas. Bali
siempre fue un lugar recóndito del otro lado del mundo, al cual nunca
visitaría, y una vez allí fue como un sacudón, y el hecho de compartirlo con
amigos significó un tsunami de emociones.
Por otro lado, lo viví como mi primer caída a tierra, reconocer donde
estoy viviendo hace tres meses y sentir este lugar más cercano. Dejar de ser
una turista y pasar a ser un poco más local, solo un poco.
Bali, a diferencia de Surabaya, es una
isla turística donde facilmente podés comunicarte en inglés y el encuentro con
otros extranjeros no te hace sentir tan extraño. EL caos del tráfico sigue
existiendo a menor escala, las motos salen como enjambre de avispas, la
asociacion Mesi-Argentina está a la orden del dia.
Las playas de Bali tienen un mar
cálido, la brisa apacigua el calor indonés. La arena a veces es clara y gruesa;
y otras veces tiene el color marrón claro de cualquier playa de la costa atlántica.
El mar es inmenso y en algunas playas, sobre la orilla hay una espuma de color marrón
oscuro, que llamó nuestra atención.
Nuestras salidas en Bali fueron en auto
con chofer incluído, Wayman o un sonido parecido, nos llevo a conocer la zona
de Ubud, el Monkey Forest, el Mercado tradicional de Ubud y vimos desde un
mirador las terrazas de arroz.
El tercer dia fuimos en búsqueda de las
playas soñadas, las del mar azul y la arena blanca. Caímos cerca de las 10 am
en Padang-Padang, el paraíso de los surfers. Atravesamos una cueva bajando una
escalera que desemboca en una playita pequeña formada por una bahia.
Permanecimos solo unos 15 min porque la marea estaba alta y por recomendación
del guardavidas nos fuimos a otra playa donde si podriamos encontrar sombrillas
y meternos al mar. Realmente la marea subía en cuestión de minutos y las olas
se devoraban todo lo que había en su paso.
Nos dirijimos a Badang. La marea fue
bajando durante la mañana y nos permitió caminar por la playa y perderle el
miedo al mar.
A lo largo de Badang hay una línea de
bares con techo de paja y elevados en altura con inmensos troncos. Atravesé
estos bares con mi cámara colgada al cuello y corriendo. Me iba abrazando de
tronco en tronco cuando las olas llegaban aún con suficiente fuerza para
tirarme al agua. La mayoria son paradores ‘ausie’ que ofrecen comida y
hospedaje.
Hay surfers con sus cabelleras rubias
y pieles bronceadas reunidos charlando, otros observan el mar esperando el
momento. Algunos con sus trajes puestos precalentando y estirando.
En la orilla hay piedras de
diferentees tamaños. La arena es particularmente gruesa y casi blanca, casi
como una semilla de amapola.
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